lunes, 21 de enero de 2013


NO ME HE FUMADO UN CANUTO
         Solamente pensaba en alto sobre cuatro mariconadas.

                             
  
El otro día os contaba que no me había gustado la película Amor porque hablaba de la realidad más negativa que nos podemos encontrar al enfrentarnos a una enfermedad terminal en la vejez. Era un reflejo de lo que viven muchos ancianos cuando no pueden valerse por si mismos pero hoy le daba vueltas a la situación y descubría otro motivo por el que no me gustó ver la película el viernes, al comenzar el fin de semana.

El tiempo es limitado, la existencia fugaz, los años se enredan en los días y los meses duermen en el pastillero. El reloj nos marca, aunque no sea el dueño del tiempo, aunque, como decíamos el otro día, acabe engañándonos con sus prisas. La lentitud de la película obligaba a contemplar los estragos de ochenta años vividos, a rebelarnos contra el reloj y soñar con prolongar la finitud de las cosas. Me imagino que esto me puso por un momento triste a pesar de saberlo y detenerme muchas veces a ser consciente de ello.

El otro tiempo, el de las borrascas y vientos huracanados, el de los fuegos incontrolados en Australia mientras nos ahoga el Ebro con sus crecidas, el de las sequías persistentes y los huracanes, el que acaba lentamente con la Tierra… solamente le preocupa a la Humanidad y la humanidad no tiene conciencia de su fugacidad, cree que tras una vida vendrá otra y que nadie puede asustarle con la desaparición del planeta. Es un tiempo donde el capitalismo aprendió a sacar ventaja para llenar de inútiles millones sus ya repletas cajas llenas de tesoros inútiles.

Yo esta mañana vivía otro tiempo bajo un sol envuelto en gotas de lluvia fina. Todo estuvo detenido durante un instante cuando aquellas gotas apenas insinuaron su existencia sobre un fondo de nubes blancas. Existen los momentos donde el reloj no es el dueño de las horas, donde quedamos prendidos entre unas manos o en el fondo hermoso de un recuerdo, entonces podemos olvidar la fugacidad inevitable de los años y transportarnos al infalible mundo de los sueños.

Si rozas los sueños con tus manos, a la luz de la luna, el tiempo se detiene para olvidar la cordura e instalarnos en el otro lado del todo donde tardará en dominar la nada. No pienso dejar mis sueños en manos del reloj, prefiero luchar por vivirlos con con el dulce sabor de la eternidad.

¿Tendrán corazón los relojes?
¿Habrán medido el tiempo que le queda a la humanidad?
Nunca podrán imponer la prisa a una mirada, a unas manos enlazadas o a unas gotas de lluvia flotando bajo del sol de enero.

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