viernes, 13 de diciembre de 2019


EL ABUELO Y EL OTOÑO
Escrito en 2012, cuando todavía era “joven”.
            Existe vida en el ocaso. 

                           Resultado de imagen de fotografias anciano en un banco en otoño con lluvia
Se vistió despacio, sabiendo de su cuerpo tanto como los otros desconocían, recogió las llaves, se ajustó la boina negra sin capar y su mano derecha se apoyó en aquella cachava de madera clara que le hacía sentirse seguro. Bajó en el ascensor con los ojos perdidos en la ilusión de un nuevo paseo, aquel paseo en que el otoño y él se fundieron en la misma idea.
Comenzaba para unos el otoño y él estaba dando sus últimos pasos con la ilusión de quien roba meses a los años. Salió feliz a la calle y sintió en el rostro el dulce frescor de la tarde, arrastró lentamente sus zapatillas hacia el paseo acariciando hojas conocedoras del rigor de las estaciones y, con la mirada firme en el banco vacío, apoyó de nuevo su cachava de madera clara un trecho más cerca de la nada.
Sus ojos brillan cada día con la ilusión de un niño cuando su espalda encorvada por los años reposa su historia en aquel banco conocedor de secretos y recuerdos acunados en sus tablas. Pendiente del tiempo, tantea en el pasado la felicidad del reencuentro. Cae lentamente alguna hoja impulsada, en su debilidad, por el viento.
Se detiene la tarde en la sonrisa de aquel solitario abuelo que ojea entre sueños, en su chepa de recuerdos, los momentos que acertó a vivir eternos. No necesita nuevos árboles la hoja caída, no necesita nuevas vidas quién acertó a encontrar ilusión en el pasado. Sabe la hoja húmeda que no volverá al árbol y el anciano que no dejará su cachava blanca pero ambos tienen en el rescoldo de los sueños una luz verde cargada de esperanza.

Se oculta el sol, el fresco se convierte en frío, el anciano ajusta su boina negra sin capar y levanta su cuerpo lentamente para regresar. Sus zapatillas acarician las hojas caídas, brilla en sus ojos el paseo de mañana al despertar.


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