CLUB DEPORTIVO ESCOLAR CAN ORIACH
10 AMBIENTE DE LOS SABADOS
Nadie daba duros a cuatro pesetas. En poco tiempo, con el esfuerzo de muchas personas, se había creado una imagen que nos hacía visibles para algunas instituciones a nivel deportivo. El barrio parecía tener nueva vida los sábados y domingos por la mañana.
Lo que más recuerdo son las calles llenas de grupos de niños y niñas acompañados por un monitor/a. Formales, equipados de forma desigual, respetando las normas y contentos porque iban, o venían, a hacer algo que les gustaba: jugar al Baloncesto y al Balonmano. Al llegar a los centros los patios estaban muy concurridos entre los que acababan, los que jugaban y los que esperaban su hora. Era fácil que más de cincuenta niños y adolescentes llenaran de vida los patios abiertos de cada uno de los colegios. ¡Y era sábado!
Aquí tenéis a una parte importante de los culpables.
Evidentemente todos querían ganar y se entrenaban durante la semana para hacerlo bien. Había partidos muy desiguales porque no estaban seleccionados por su calidad deportiva, pero todos se esforzaban por derrotar al colegio de al lado. Una de las rivalidades que más recuerdo era la del Miguel Hernández y La Roureda de baloncesto femenino pero la imagen que nunca olvidaré es la de una jugadora alevín, pequeñita y con gafas, que corría como un rayo y robaba balones con una alegría contagiosa.
Los árbitros, nuestros árbitros, eran respetados y el clima de cordialidad seguía vivo al acabar el partido. Existían entrenadores más competitivos que otros, había gritos, pero no recuerdo ni una sola pelea ni un solo viaje al Niño Jesús, aunque alguno habría.
Los maestros, al igual que en el cross, también intentaban jugar con los cadetes en los primeros años del club. Aquellos futboleros haciendo cursillos de todos los deportes y atreviéndose con el balonmano y el baloncesto. La mayoría de ellos marcharon a su tierra al comienzo de los años 80 dejando el protagonismo a los monitores y a otros educadores que llegaban de Valencia, Extremadura, Asturias o León.
Quizá el mayor acierto fue comenzar a federar equipos tanto de chicos como de chicas que viajaban por toda Catalunya desde Tarragona a la Seu d’Urgell y desde Igualada a Torelló lo que permitió una gran estabilidad de las personas que se iban haciendo mayores y encontrando trabajo pero que habían crecido con el gusanillo del deporte desde la escuela. Eran más protestones y guerreros con los árbitros en las competiciones con equipos de fuera, pero muchísimo menos que la fama que nos precedía al ser una barriada marginada o que las caricias, en forma de insultos, que reciben hoy de los padres en muchos campos de Catalunya.
Siempre recordaré con cariño la santa paciencia de aquellos conserjes que vivían en los colegios pues nuestros alumnos robaban mucho tiempo a su descanso. Abrir y cerrar puertas y lavabos, estar al tanto de que nada se estropease y el jolgorio que invadía los patios ya a las 9 de la mañana de los sábados... y domingos. Ellos tampoco cobraban las horas extras.
Para muchos alumnos los sábados rompían la monotonía de la semana y les permitía conocer a personas de otros colegios que jugaban con ellos. Quitando el fútbol eran pocas las alternativas que ofrecía el barrio. Debían sentirse libres jugando con sus compañeros/as. Siempre al recordar echamos de menos a los padres, me imagino que quienes jugaban también, pero eran otros tiempos, duros y difíciles, y los niños no estaban tan remirados como en el siglo XXI.
Ahora recuerdo mi infancia y adolescencia y en mis juegos estaba presente la calle, el arroyo, el aro, pero casi nunca mis padres.
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