sábado, 30 de noviembre de 2013

LAS DOS ORILLAS
Un viejo profesor y una alumna espabilada intentaran repasar la historia del mundo y sus prodigios los domingos por la tarde. Estáis invitados a clase…
Las dos Españas vuelven a tomar forma bajo la crisis.
No sé si llorar por la una y alegrarme por la otra pero lo que no estoy dispuesto es a salir de casa hoy y que se me hiele mi corazón.
  

            El jueves pasaba por un barrio de una ciudad del cinturón industrial de Barcelona. Marroquies, guineanos, paquistanies, indios, muchos africanos… La calle llena buscando las personas en la compañía el calor que falta en casa, los bares vacíos, los blancos ausentes, el cielo con sus estrellas y su luna como en mi balcón. Hablan en voz alta, visten como en la plaza de Marrakech pero están junto al Besós, todos juntos, en un mundo aparte donde sobrevivir a la miseria es una labor de cada día, en la que la mayoría lleva malas cartas.
            Recuerdan sus pueblos, en un banco algunos repasan los versos del Corán, unos jóvenes en bicicleta pasean cansinos dentro de la plaza, yo respiro tristeza porque vengo de la otra orilla donde la calefacción evita la nocturnidad en la calle y solamente viven blancos, personajes muy blancos. En mi racismo oculto acelero el paso pensando en peligros que no existen porque estoy cansado de pasar por estas calles y estas plazas viendo a los niños jugar, a las madres preocuparse, a los hombres agrupados en pláticas que dan envidia y el rumor de las conversaciones mezclado con la paz de la desesperanza. No he visto perros y gatos en el barrio, deben buscar lugares donde el alimento no sea un milagro escaso.
            Un cubata cuatro euros, una cerveza con tapa un euro, el bar esperando servir un café o un té a personas abstemias en su mayoría.

            El viernes por la noche he visitado la otra orilla. El mismo cielo con sus estrellas y su luna, pero todo el barrio lleno de blancos arregladitos, abrigados y perfumados, los bares llenos, los inmigrantes ausentes, no tienen lugar ni como personas visibles que les sirvan. Todo gente de orden, sentada en mesas de diseño con platos que anuncian modernidad y luces que quieren dar brillo a jóvenes vestidos con ropa de moda y chicas arregladas para dejarse ver.
            El restaurante a rebosar, los precios buscan la exclusividad, se habla en voz baja, se observa con disimulo, se come con las normas de la cortesía, todos los camareros/as blancos con su uniforme negro, música suave esperando la noche que avanza con promesas de copas innovadoras y discotecas abarrotadas. La mayoría observa y se deja observas en un baile de vanidades al que parece obligatorio asistir si no quieres ser excluido del grupo de los elegidos, de los mejores, de los que pueden.
            Los modernos espacios de ocio llenos, apretadas las personas, todas blancas rodeadas de la velada negritud que busca la confidencia, la mirada, la cercanía. Los cócteles de nombres complicados que no entiendo, los gymtonics con cien marcas de ginebras que van elevando el precio del combinado, todo diseño para personas que quieren sentirse y ser tratadas como especiales. Esperando la noche para juntarse en torno a la música, el ambiente no huele a porros, sonaría vulgar, se percibe la cercanía del polvo blanco cuando alguien quiere deshacerse de la rutina de tenerlo todo en cada momento.
            Aún quedan, entre las dos Españas, espacios para otros muchos personajes pero a mi me tocó el corazón percibir de cerca y en días consecutivos el contraste entre quienes aparentan tenerlo todo y aquellos a quienes apenas les llega para lo necesario. Creo que el lunes volveré a pasear por la plaza que se parece a Marrakech


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