LAS DOS ORILLAS
Un viejo profesor y una alumna espabilada intentaran repasar
la historia del mundo y sus prodigios los domingos por la tarde. Estáis
invitados a clase…
Las dos Españas vuelven a tomar forma bajo la crisis.
No sé si llorar por la una y alegrarme por la otra pero lo
que no estoy dispuesto es a salir de casa hoy y que se me hiele mi corazón.
El
jueves pasaba por un barrio de una ciudad del cinturón industrial de Barcelona.
Marroquies, guineanos, paquistanies, indios, muchos africanos… La calle llena
buscando las personas en la compañía el calor que falta en casa, los bares vacíos,
los blancos ausentes, el cielo con sus estrellas y su luna como en mi balcón. Hablan
en voz alta, visten como en la plaza de Marrakech pero están junto al Besós,
todos juntos, en un mundo aparte donde sobrevivir a la miseria es una labor de
cada día, en la que la mayoría lleva malas cartas.
Recuerdan
sus pueblos, en un banco algunos repasan los versos del Corán, unos jóvenes en
bicicleta pasean cansinos dentro de la plaza, yo respiro tristeza porque vengo
de la otra orilla donde la calefacción evita la nocturnidad en la calle y
solamente viven blancos, personajes muy blancos. En mi racismo oculto acelero
el paso pensando en peligros que no existen porque estoy cansado de pasar por
estas calles y estas plazas viendo a los niños jugar, a las madres preocuparse,
a los hombres agrupados en pláticas que dan envidia y el rumor de las
conversaciones mezclado con la paz de la desesperanza. No he visto perros y
gatos en el barrio, deben buscar lugares donde el alimento no sea un milagro
escaso.
Un
cubata cuatro euros, una cerveza con tapa un euro, el bar esperando servir un
café o un té a personas abstemias en su mayoría.
El
viernes por la noche he visitado la otra orilla. El mismo cielo con sus
estrellas y su luna, pero todo el barrio lleno de blancos arregladitos,
abrigados y perfumados, los bares llenos, los inmigrantes ausentes, no tienen
lugar ni como personas visibles que les sirvan. Todo gente de orden, sentada en
mesas de diseño con platos que anuncian modernidad y luces que quieren dar
brillo a jóvenes vestidos con ropa de moda y chicas arregladas para dejarse ver.
El
restaurante a rebosar, los precios buscan la exclusividad, se habla en voz
baja, se observa con disimulo, se come con las normas de la cortesía, todos los
camareros/as blancos con su uniforme negro, música suave esperando la noche que
avanza con promesas de copas innovadoras y discotecas abarrotadas. La mayoría
observa y se deja observas en un baile de vanidades al que parece obligatorio
asistir si no quieres ser excluido del grupo de los elegidos, de los mejores,
de los que pueden.
Los
modernos espacios de ocio llenos, apretadas las personas, todas blancas
rodeadas de la velada negritud que busca la confidencia, la mirada, la
cercanía. Los cócteles de nombres complicados que no entiendo, los gymtonics con
cien marcas de ginebras que van elevando el precio del combinado, todo diseño
para personas que quieren sentirse y ser tratadas como especiales. Esperando la
noche para juntarse en torno a la música, el ambiente no huele a porros, sonaría
vulgar, se percibe la cercanía del polvo blanco cuando alguien quiere deshacerse
de la rutina de tenerlo todo en cada momento.
Aún
quedan, entre las dos Españas, espacios para otros muchos personajes pero a mi
me tocó el corazón percibir de cerca y en días consecutivos el contraste entre
quienes aparentan tenerlo todo y aquellos a quienes apenas les llega para lo
necesario. Creo que el lunes volveré a pasear por la plaza que se parece a
Marrakech
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