viernes, 6 de diciembre de 2013

CIUDADES DESIERTAS
Entre la noche y el día, circulando por calles desiertas.
Sueños vivos, cajeros ocupados, olas testaduras en el amanecer de la playa.
¿Por qué olvida la Constitución los derechos que promete?
                        
             Un despertador de sonido molesto, repetitivo y utilitario rompió el descanso de la noche y me dejó en el frío, entre la noche y el día, en aquella hora que hay que mirar a las personas detenidamente para saber si vuelven o van. No había nubes para suavizar el termómetro y el mar parecía haberse tomado unas vacaciones en su papel de regulador térmico.
            La ciudad estaba vacía, día de fiesta nueva y las personas aprovechan para no descuidar su descanso. Las estrellas vigilando, las luces de las farolas acariciando el asfalto, el coche rompiendo el silencio se adentra en una zona de recreo donde la vida va saludando en cada esquina. Vestidos que desafían al frío, personas que se tambalean inestables, parejas que intentan cerrar la noche en compañía y tríos que abandonan los locales nocturnos repartiendo soledades. Un momento de vida que atraviesa el coche sabedor de las muchas horas de deseos que se extinguen con la noche, como tantas noches, para una juventud destinada a volver mañana a hacerlas soñar.
            De nuevo la oscuridad, los carriles vacíos, la gran ciudad que parece no necesitar tanto espacio para circular, la velocidad, los letreros con un avión marcando el rumbo del volante hasta llegar a la terminal. De nuevo la vida vuelve a aparecer fugazmente para romper el silencio, vuelos de billetes baratos, que obligan a madrugar esperando que el destino hará más benigno el madrugón, el equipaje ligero y el espacio justo para alejar de la mente la claustrofobia.
            Ellos marchan con sus sueños de puente nosotros nos quedamos en el coche, en casa, en la rutina, en la noche, en la tranquilidad de disfrutar del tiempo sin prisas, con el paladar de quien sabe de su valor y fugacidad. Al regresar las calles vacías, la Rambla desierta, solamente los cajeros ocupados por aquellos que sin tener nada duermen rozando el dinero y el frío encadenado entre las calefacciones y el mar. Esperando el día junto a la playa, la estrellas cansadas, el firmamento tiñendo de un azul gris la claridad, las olas rompiendo, incansables, el silencio.
            Ha nacido el día cuando abandonamos Barcelona para volver al cinturón, allá donde se juntan cada día más parados y personas viviendo en precario. Tienen una Constitución que les otorga derechos pero que se olvido de las personas que deben disfrutarlos, no quieren celebrar el día y vuelven, como nosotros, a reencontrarse con la almohada donde es más fácil olvidar los sinsabores y hacer vivir los sueños que acariciamos en la playa al despertar el día.
           


            

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