MI PRIMER DÍA
Estoy contento. Por primera vez he salido a pasear por la ciudad. Una tarde bonita donde el sol del atardecer anuncia el otoño y hace olvidar el calor sofocante de muchos días encerrado en casa. Un señor muy amable y competente me ha entregado a una pareja bastante mayor que me han recibido con cariño y ya me tienen paseando; la señora me acaricia con suavidad y me hace imaginar que tendremos una bonita vida juntos por muchos años.
Antes de salir me han bautizado, ellos han elegido mi nombre y solamente me han dado tres letras, LTD, para que me identifiquen si algo raro sucede o hay que hacer algún cambio inesperado. Espero que mis nuevos amos elijan un nombre más bonito porque me temo que si no se pueden reír de mí.
Cuando hemos llegado a casa me han dejado en un lugar limpio, muy tranquilo y oscuro para que descanse y han comentado que mañana por la mañana volverán a sacarme de paseo para ir mucho más lejos, pero dejando al señor en casa. Me alegra porque el señor se muestra retraído como si no le gustase acariciarme.
Al despertar me he puesto contento, hemos salido deprisa cómo si el día fuera a acabarse y no llegáramos a tiempo de disfrutarle. Todo iba bien cuando he notado que me ponía rojo y que mi cuerpo pedía acudir a alguien que arreglará mi malestar. Ella ha parado, me ha mirado por todos los lados, pero mi señal de alarma no lograba calmarla y ha decidido volver a casa, paseo corto al que le he puesto una nota negativa con mi señal de alarma.
La señora ha llamado a un teléfono que no paraba de indicarle que marcase números diferentes según cual fuera mi problema y, después de diez minutos, le ha dicho que pasan el mensaje a quién está encargado de solucionar el problema. Yo quieto todo el día esperando la llamada que no llega. Busca soluciones en un libro mi dueña, pero siempre le dicen que hay que ir a ver al que no contesta.
Malito y todo, como es viernes, nos hemos dirigido al centro dónde atienden en persona a los averiados. Son las seis y casi nos echan porque tienen que descansar y salir de fin de semana. El hombre mayor, que ahora parece qué si se preocupa por mí, se enfada y les obliga a que me examinen. Acaban diciendo que puedo hacer vida normal pero que vuelva prontito el lunes a las ocho para que me solucionen completamente mis colores. A los señores no les gusta madrugar y ponen mala cara, se quejan que me hayan enviado con ellos en malas condiciones, sin cuidar detalles tan preocupantes como mi color rojo que no desaparece.
Nadie pregunta si estamos ocupados, si trabajamos o si vivimos lejos. Parece que cómo puedo seguir corriendo no tienen que pedir disculpas ni tener en cuenta la pérdida de tiempo y las preocupaciones que les he causado. Ya me veo en aquella sala oscura todo el fin de semana, solo y sin disfrutar de un largo paseo para conocer el mar.
Soy un RENAULT CAPTUR, al que acaban de entregar a sus dueños en el concesionario de Sabadell y por el que han pagado religiosamente su precio, que ha vivido en directo el disgusto que les he dado a dos señores mayores en mi primer día de vida.
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