NAVIDAD,
CONSUMO SIN NIÑO JESÚS
Ya
no le necesitan, nos han acostumbrado a gastar en Navidad.
Si
no participas en la fiesta acabarás sintiéndote mal.
Los
amigos, la familia, el espíritu navideño, fin de año…
Son días agobiantes en que la
mayoría de las personas hace cola para invertir sus dineros en fiestas,
juguetes, gambas, percebes o centollas del Cantábrico. Todo está montado para
que participemos en la juerga y sintamos la cercanía de las personas que
queremos, más o menos, con la generosidad de las comidas y cenas y los regalos
del Caga Tió (o Tronca de Nadal, en fino), santa Claus o los Reyes Magos. Las
tiendas abiertas todos los días para que nadie pueda tener excusas para los
dispendios obligatorios.
No nos importa si el día del nacimiento
es falso, si vamos unos años descontados o si aquel hijo de carpintero, que
luego fue pastor, detuvo las estrellas y llamó a los reyes para aquello del
incienso y la mirra. Muchos aún ponen el Belén para quitar el polvo a las
figuras o estrenar el caganer, pero lo básico de las fiestas ha terminado
siendo la compra a destajo de cuanto creemos necesitar para honrar a la
festividad.
El valor que tienen estas celebraciones,
de siempre, es que nos recuerdan que cambiamos de año, que el tiempo pasa más deprisa
según vas cumpliendo lustros y que debes gastar unos minutos para decidir que
milagros sucederán en los 365 días que vienen y luego olvidar los sueños el
siete de enero. Buenas comidas y cenas, sentimientos agradables, propósitos firmes
de obligado olvido y cumplido el deseo de los vendedores de llenar las cajas de
sus negocios.
Ya sé que es bonito reunirse con la
familia, salir de juerga con los amigos o sonreír a los vecinos. Es Navidad.
Haya o no haya nacido Jesús en estos días es hora de dejar que los sentimientos
hermosos invadan los momentos en que nos juntamos para disfrutar de los
manjares de las fiestas. Quizá falta el propósito de seguir todo el año
percibiendo el tiempo que pasa, para intentar apresarlo con las mismas cadenas
que nos llenan de sentimientos hermosos estos días.
Hasta estas líneas acaban
sucumbiendo al obligado tributo de sentir y consumir.
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