El mar y el cielo esperando la noche
Hoy ando
algo averiado del hombro. Copio un pequeño relato de hace tiempo
De pie, quieto, sentado en
la arena de la playa, contempla la oscuridad que va invadiendo el azul del
océano. Ha llegado allí para acompañar la soledad de sus desgracias, para
soñar, a la luz de la luna naciente, el futuro negado a la realidad de sus
horas. Tiempo de pausa, de silencio desesperado, de aquel hombre alto de anchas
espaldas que deja imaginar su poblada barba en el claroscuro de la tarde.
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Es día veinte, no queda
dinero en el banco, tampoco en la hucha de los niños, y los tenderos del barrio
no quieren añadir una línea más a las deudas de su mujer. Cuando María, su esposa,
ha vuelto de pedir comida al banco de alimentos del pueblo ha contenido su
tristeza, ha escondido su lágrimas y ha huido en busca de respuestas a la
infinita sabiduría de los granos de arena de la playa.
Se cierra el día,
convirtiendo cielo y mar en horizonte, cuando aquel hombre alto y corpulento
siente que sus fuerzas le abandonan, llegan los sollozos a su cuerpo e inca sus
rodillas buscando secretos, con sus manos desesperadas, en la frialdad de la
noche. Los últimos meses han ido consumiendo sus ahorros de camionero en paro
haciendo zozobrar la confianza que siempre había sentido en su fuerza. Sus
sollozos acunan, entre lágrimas, los recuerdos de su mujer y su hija
esperándole a la llegada de aquellos largos viajes que daban estabilidad a la
casa; recursos suficientes para vivir con holgura, pagar la hipoteca del piso
y lucir su felicidad por las terrazas de los bares de su barrio, humilde
y acogedor.
No lleva la cuenta de los
meses que le persiguen los recibos impagados de la hipoteca, teme que se haga
realidad el desahucio, no llega a imaginar la tristeza de María cuando arrulla
a su hija persiguiendo su sueño, un sueño que desea para él, un sueño sin
despertar… Se hunden lentos sus dedos en la húmeda frialdad de la arena,
apretando, con deseos de muerte, aquellos granos que suplantan a personas que
no escucharon sus peticiones de empleo y al banquero que en la caja no detiene
los recibos e ignora su angustia.
Agotadas las lágrimas,
sacude la arena vacía de los sueños que años atrás en ella enterrara.
Construyen caminos sin rumbo sus piernas cansadas hasta encontrar la vereda de
la puerta que encierra los tesoros que devolvieron su cuerpo, curvado y tenso,
de la oscuridad absoluta a la desesperanza.
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