domingo, 4 de agosto de 2019


SALUDANDO A CADA DÍA
Quizá suena pijo pero sería bonito conseguirlo.
El optimismo, tan difícil, puede ocupar rincones de las personas.
Es un escrito de hace tres años… el tiempo sigue pasando.
                       
                       Resultado de imagen de fotografias de un mundo de sueños

 Había una vez una persona que se levantaba temprano, con sueño, pero que nunca olvidaba sonreír y dar un beso de buenos días a las personas con las que compartía su vida. No hablaba con el espejo pero sabía que estaba ahí dispuesta a enfrentarse al día y compartir alegrías con él. Antes de desayunar tenía la costumbre de asomarse, en pijama, a mirar el cielo y se alegraba mucho en primavera cuando el verde tierno contrastaba con el azul mortecino del cielo. Ya podía desayunar porque el firmamento no había desaparecido y el fresco de la mañana presagiaba un día de sol.
            Escuchaba su música preferida en el tiempo que tardaba en llegar al trabajo, tenía de todo en aquel móvil moderno y podía elegir qué marcha introducir en el dial. Observaba a las personas que viajaban con ella, sonreía y decía buenos días a quienes encontraba con frecuencia y hasta hablaba  con ellas alguna vez, pero no abusaba para que no le tomaran por una persona rara y mal acostumbrada. Se sentía fuerte para vivir el martes y no tenía prisa en que llegara el viernes porque había aprendido a disfrutar de su trabajo, se lo había propuesto muy en serio porque era en el lugar donde más horas pasaba y no podía permitirse el lujo de estar tanto tiempo de mal humor.
            Era verdad que cuando salía estaba más relajada, sabiendo que desaparecía la tensión y que el día le regalaba horas para disfrutar de sus conquistas. Una copa con los amigos, un paseo largo, el gimnasio, una caricia al entrar en casa, un libro contando historias, la música en la radio, la rutina maravillosa de cenar acompañado sin preocuparse de las calorías o los conservantes de los alimentos. Llegaba cansado pero su sonrisa de la mañana no se había hecho vieja en el camino, era hora de encontrarse consigo mismo.
            Siempre sonreía delante del espejo por la noche, recordaba los pequeños detalles que habían sucedido en su rutina y acumulaba fuerzas para que el miércoles fuera aún mejor que el martes y conseguir que cada una de las pequeñas cosas que le acompañaban fueran un poco más bonitas que ayer. A veces escapaba al balcón para despedirse del cielo y cuando había luna llena tenía la tentación de hablar con ella y de sentir cosas muy hermosas hacía las personas a las que quería.
            Al cerrar los ojos tiene la manía de viajar al mar, a un mar lleno de playa donde las olas llegan tranquilas para recibir al sueño.


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