domingo, 17 de noviembre de 2019


NOS ROBAN HASTA EL OTOÑO
Parece que el tiempo anda cada vez más revuelto y ladrón.
Nos roba el agua o nos regala riadas excesivamente generosas.
Aquellos paseos bajo los colores del otoño cada vez están más fríos.

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            De un año para otro los cambios se aceleran y ya nadie duda de que algo muy gordo debe estar pasando cuando a la península llegan vientos huracanados y hasta algún tornado se pasea por el puerto de Barcelona. La nieve nos ha visitado de forma prematura y las calefacciones se han puesto manos a la obra para que no paren los cambios que vamos generosamente creando los humanos.
            Los aviones siguen su navegación cada día con más aparatos contaminando a su capricho, los cruceros llenan los mares y los coches atascan las ciudades, nada parece que pueda cambiar en los próximos años porque la tranquilidad con que íbamos cargándonos la Tierra nos proporcionaba unas comodidades que todos pensamos que son los otros quienes deben renunciar a ellas.
            Ahora que nos roban aquel otoño de bonitos recuerdos, de sueños compartidos, de lluvias generosas y de colores maravillosos volvemos a ser conscientes de que esto va en serio, que aquella niña de la tele es una frivolidad que suaviza la falta de decisiones drásticas que deberían ejecutar de inmediato los países poderosos. Algo deben saber ellos porque se han ido allá lejos, a la Bolivia de Morales, a confiscar el LITIO que hará funcionar los coches eléctricos y no sabemos cuántos más inventos para que se forren los mismos de siempre pero con la disculpa de salvar la Tierra.
            La bestialidad con que han ejecutado el golpe de estado nos huele a que algo importante les preocupaba en aquella Bolivia de indígenas despiertos que comenzaban a satisfacer sus necesidades básicas y que estaban contentos con un presidente Morales que iba mejorando su imagen de persona poco cultivada y de modales indígenas, que parecían llamados a desaparecer del mundo mundial. Visto y no visto y occidente callado ante la bestialidad del ejército que mata personas (aunque deben valer menos porque son indígenas) declarándose juzgados y perdonados quienes disparan a bocajarro, quizá saben algo de la necesidad de no dejar en manos de otros el control de un bien tan preciado.
            No apetece pasear bajo los árboles que se esconden esperando el frío porque a ellos también les ha pillado desprevenidos el cambio climático. Acabaré mirando sus colores en la tele o en las fotos de otros años en los que pisaba sus hojas mirando un cielo cada vez más cercano.

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