TUVIMOS LA SUERTE DE NACER EN ESTE LADO
Podemos
disfrutar de las cosas que la vida nos regala.
Cuando me he levantado ya estaba avanzada la mañana. La luz
amarilla de la lámpara de pantalla del hombre del torso desnudo aún estaba
encendida, la mujer acunaba con movimientos rítmicos al bebé en medio del
salón. En la otra orilla las personas trabajan también el sábado, tienen una
vida difícil porque el sueldo es bajo y no siempre llegan a fin de mes sin
visitar el banco de alimentos.
Al ver a la mujer besar al niño que está desayunando, y al
hombre calvo del torso desnudo desvivirse por hacerlo todo antes de marchar, me
siento bien. En mi calma de jubilado había olvidado la prisa, las caricias de
los niños, la lucha por llegar a fin de mes, lo bonita que puede ser la vida
cuando se va justo de todo y no se siente la necesidad de más.
Ha regado las plantas y ha apagado la luz. Me ha parecido
sentir la felicidad de la mujer delgada que deja al niño dormido en la cuna y
lo tapa con el cariño de la sabana. Quizá sortear las dificultades de cada día
y llegar a la noche sin necesidad de recuerdos sea una bonita forma de
transformar la vida de rutinas en momentos llenos de intensidad. Parecen guardar
un hueco para el amor en aquel salón lleno de prisas.
Nosotros, los del otro lado, a los que la vida nos ha
mimado con un trabajo que nos gusta, y una jubilación suficiente, no deberíamos
olvidar el valor de cuantas cosas disfrutamos. Cada encuentro es una sonrisa,
cada día es un regalo, cada momento entre dos miradas es un cielo a recordar.
Sale de mis labios una sonrisa porque tengo la suerte de sentirme bien y
valorar haber nacido en este lado de la sociedad.
Ingrato es el corazón que, cuando tiene tanto, desea más.
Habiendo tantas personas sin nada debemos luchar por conservar lo que
encontramos cada mañana al despertar. He mirado al otro lado, el bebé debe
dormir y la mujer delgada dobla lentamente la ropa limpia. Las nubes blancas
ahora ocultan el sol, para el lunes promete el hombre del tiempo un cielo azul.
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