sábado, 26 de enero de 2013


EMERGENCIA NACIONAL
         El paro juvenil acabará hundiendo al país y a las familias.                      
                                       
                                         

            En el mejor de los casos se tardará entre tres o cuatro años en percibir el final de esta crisis. Hasta entonces, crear empleo en España pues va a ser que NO. Si no se crea empleo los jóvenes se perpetuarán en sus estudios o se convertirán en NINIS estables ya crecidos. Personas de más de 25 años que han perdido la esperanza de encontrar trabajo y han abandonado la ilusión de crear un futuro propio.
            Las opciones que se plantean son poco convincentes.
            Habrá jóvenes que se arriesgarán a unirse a una oleada de emigrantes que recordará la marcha de españoles, de mediados del siglo pasado, a Francia, Alemania o Suiza. Ahora posiblemente emigrarán personas más preparadas pero que serán colocados como extranjeros inferiores, con salarios más bajos y en los puestos de trabajos más duros. Esto sucederá si no tienen que acudir a las ocupaciones que desecharon en España, porque no estaban a su altura, para subsistir.
            La gran mayoría, los que no tienen una titulación específica y una profesión demandada en esos países, solamente podrán aspirar a trabajos no cualificados que nunca pudieron imaginar aceptar aquí. Lavaplatos, limpiadores, basureros, vigilantes, acarreadores de materias pesadas…los hay peores… mal pagados y peor considerados. Volverán fracasados a su ciudad o vivirán con amargura el sabor de la miseria con un futuro oscuro tirando a muy negro.
            Un porcentaje muy alto de ese 55 % de paro juvenil, que hasta Merkel considera inaguantable, entretendrán los años diciendo que buscan pero que no encuentran, que estudiaron y no les ha servido para nada… hasta que un día no tengan fuerzas para enfrentarse a la realidad de que van cumpliendo años y siguen en casa de sus padres sin perspectivas agradables. Los NINIS no son una broma ni unos vagos, son jóvenes a los que la sociedad les prometió una vida en la abundancia y les ha dejado tirados en la cuneta sin nada. No quiero asustar a nadie pero aparecerán problemas de violencia y depresiones con finales imprevisibles porque su existencia no será fácil, son los desahuciados que no llegaron a tener una casa que quitarles.
            Sus hábitos rotos, sus fines de semana llenos de alcohol o de aburrimiento, sus días llenos de vacío, sus horarios sin reloj que los controle, las noches huyendo en las redes sociales y las mañanas durmiendo la dejadez. Cuando se paran a pensar unos minutos desean con toda su alma la noche de botellón o el porro de sus risas con los amigos que comparten su situación.
            Pienso que necesitan trabajar a cualquier precio, que los padres deben animarles a que, aun sin cobrar, se introduzcan en  el mercado de trabajo porque nada será peor que ligar master tras master o año tras año sin dar palo al agua. ¡Los empresarios se frotan las manos, hasta Elías lo ha entendido! Algún día no lejano los extranjeros serán el enemigo porque ocupan puestos de trabajo de los que nos creemos propietarios.
            En Sabadell creo que los chinos ya gestionan la mitad de los bares de la ciudad, sus fruterías aparecen como hongos y sus tiendas prosperan con la crisis. Llegan tiempos de salarios bajos, de horarios largos y de explotación pura y dura, quizá no les preparamos para la frustración que supone malvivir con el mal rollo que tiene esta sociedad.
            Otros encontrarán trabajo y tendrán una vida normal. Espero que pertenezcáis pronto a este grupo al que solamente dedico tres líneas porque ya tienen la suerte de haber encontrado la lotería por la que lucharon con fe. Otros muchos luchan y no tienen el premio que merecen.
            El capitalismo nunca ha sido otra cosa que buscar el mayor beneficio con el menor riesgo. Exigirán ayudas para emplear y facilidades para despedir, espero que nadie olvide, cuando lo más negro pase, con quien nos jugamos los dineros. No estamos en el siglo XIX porque nos necesitaban como consumidores y tenían que darnos algo de  dinero para gastarlo.

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