jueves, 22 de agosto de 2013

EN EL PUEBLO BAJO EL SOL DE AGOSTO
Tienen la propuesta de cambiar un billete de 10 por uno de 50.
En este país cada día mantenemos a más directivos y tenemos menos remeros.

                                       
  
            El sol de agosto iba calentando los rastrojos donde las codornices buscaban cobijo, ellos ya han entregado hace tiempo su cosecha. Las viñas están llegando a su momento de madurez y lo campesinos esperan con impaciencia el paso de los días para poner a buen recaudo la gran vendimia que se espera este año. Los almendros y los olivos apenas dan sombra a la tierra que se retuerce en el mediodía.
            Pueblo de secano, pueblo mediterráneo, pueblo que apura sus cuentas para llegar al millar de habitantes que no alcanzar nunca a visitar las cuatro iglesias que velan por sus almas. Las monjas, en algún lugar fresco, deben tener sus conversaciones con dios sobre los mil temas que no preocupan al pueblo. El castillo, en obras perpetuas, vigila el valle que da de comer a sus habitantes, incluidos curas y monjas.
            En la plaza, con arcos de soportal que refrescan la estancia, cuatro abuelos solitarios, incomunicados, visitan la nada que habita el mediodía. Si algo se mueve observarán atentos y dejarán caer un comentario o guardarán para luego un pensamiento. Están orgullosos de no pertenecer al mundo de la residencia donde las normas y los años ponen limitaciones severas a la vida de una población cada día más envejecida.
            La sombra nos permite caminar en el silencio hasta las afueras donde un canal promete vida a quienes muy jóvenes desaparecieron. Ha roto, como los molinos de la energía, el paisaje de la infancia pero trae en su andamiaje el sueño del agua que tantos campesinos buscaron en el cielo, durante siglos, en los años de sequía. Ahora será un problema de matemáticas: cambiar los billetes de 10 euros por otros de 50 si no es muy cara el agua, si se atreven los campesinos a romper sus tradiciones y el maíz, los frutales, la huerta o la alfalfa sustituyen al cereal y a los olivos.
            Los viejos en la plaza dormitan sin prisas su pasado. El bar, vacío, deja sentir un viejo ventilador en el techo. Todos esperan la vendimia, setiembre, para que la plaza vuelva a latir con el mosto y el dinero asegure el invierno.
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Un último apunte: funcionarios del ayuntamiento, personas que atienden la oficina de turismo, los curas y las monjas, los abuelos del bar y los de la residencia, una piscina con pocos nadadores pero necesitada del mejor mantenimiento, los concejales, el alcalde, los niños y adolescentes, los jóvenes que no encuentran acomodo en el campo, los que eran paletas y no trabajan, el de las farolas, los que recogen las basuras, los que limpian las calles, quienes decidieron venir de la ciudad a jubilarse… unos cuantos trabajan y muchos afirman que atienden las necesidades de los ciudadanos.
            Al llegar a la ciudad he visto un partido de baloncesto de la selección de España donde había más entrenadores, estadísticos, médicos, físios, utilleros y toalleros que jugadores. Pasa cuando juegan a tenis, se repite con el atletismo, hay más directivos, presidentes, ayudantes y chupócteros que deportistas. Pensaba que este país lo presiden los vividores, los asesores, los cuentistas y que cada día es más difícil encontrar a los que trabajan y disfrutan haciéndolo.
           
           









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