EN
EL PUEBLO BAJO EL SOL DE AGOSTO
Tienen la
propuesta de cambiar un billete de 10 por uno de 50.
En este país
cada día mantenemos a más directivos y tenemos menos remeros.
El sol de
agosto iba calentando los rastrojos donde las codornices buscaban cobijo, ellos
ya han entregado hace tiempo su cosecha. Las viñas están llegando a su momento
de madurez y lo campesinos esperan con impaciencia el paso de los días para
poner a buen recaudo la gran vendimia que se espera este año. Los almendros y
los olivos apenas dan sombra a la tierra que se retuerce en el mediodía.
Pueblo de
secano, pueblo mediterráneo, pueblo que apura sus cuentas para llegar al millar
de habitantes que no alcanzar nunca a visitar las cuatro iglesias que velan por
sus almas. Las monjas, en algún lugar fresco, deben tener sus conversaciones
con dios sobre los mil temas que no preocupan al pueblo. El castillo, en obras
perpetuas, vigila el valle que da de comer a sus habitantes, incluidos curas y
monjas.
En la
plaza, con arcos de soportal que refrescan la estancia, cuatro abuelos
solitarios, incomunicados, visitan la nada que habita el mediodía. Si algo se
mueve observarán atentos y dejarán caer un comentario o guardarán para luego un
pensamiento. Están orgullosos de no pertenecer al mundo de la residencia donde
las normas y los años ponen limitaciones severas a la vida de una población
cada día más envejecida.
La sombra
nos permite caminar en el silencio hasta las afueras donde un canal promete
vida a quienes muy jóvenes desaparecieron. Ha roto, como los molinos de la
energía, el paisaje de la infancia pero trae en su andamiaje el sueño del agua
que tantos campesinos buscaron en el cielo, durante siglos, en los años de
sequía. Ahora será un problema de matemáticas: cambiar los billetes de 10 euros
por otros de 50 si no es muy cara el agua, si se atreven los campesinos a
romper sus tradiciones y el maíz, los frutales, la huerta o la alfalfa
sustituyen al cereal y a los olivos.
Los viejos
en la plaza dormitan sin prisas su pasado. El bar, vacío, deja sentir un viejo
ventilador en el techo. Todos esperan la vendimia, setiembre, para que la plaza
vuelva a latir con el mosto y el dinero asegure el invierno.
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Un último apunte: funcionarios del
ayuntamiento, personas que atienden la oficina de turismo, los curas y las
monjas, los abuelos del bar y los de la residencia, una piscina con pocos
nadadores pero necesitada del mejor mantenimiento, los concejales, el alcalde,
los niños y adolescentes, los jóvenes que no encuentran acomodo en el campo,
los que eran paletas y no trabajan, el de las farolas, los que recogen las
basuras, los que limpian las calles, quienes decidieron venir de la ciudad a
jubilarse… unos cuantos trabajan y muchos afirman que atienden las necesidades
de los ciudadanos.
Al llegar
a la ciudad he visto un partido de baloncesto de la selección de España donde
había más entrenadores, estadísticos, médicos, físios, utilleros y toalleros
que jugadores. Pasa cuando juegan a tenis, se repite con el atletismo, hay más
directivos, presidentes, ayudantes y chupócteros que deportistas. Pensaba que
este país lo presiden los vividores, los asesores, los cuentistas y que cada
día es más difícil encontrar a los que trabajan y disfrutan haciéndolo.
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