CUANDO LAS PERSONAS CUENTAN
Lo percibimos más claro cuando faltan o cuando se alejan.
Bueno es, en la ausencia, tener recuerdos hermosos para
mantener su presencia.
Si hay algo
hermoso en la vida es cuando logramos añadir personas para hacer compañía a la
radical soledad con la que debemos enfrentarnos a los principales hechos de la
existencia. Vivir en contacto íntimo con los otros, sentir el afecto de las
personas, participar del trabajo, del descanso o de la diversión con seres humanos
que nos hacen vivir de una forma más positiva la vida es una gozada que ayuda a
sobrellevar aquella soledad radical de la que hablaba y a la que no podemos ni
renunciar ni vencer.
Cuando alguna
de las personas que forman parte de ese entorno de cariño desaparece, o se
aleja, sobreviene con rapidez el dolor y nos hace sentir, de alguna forma, huérfanos
del cariño que habíamos tenido como un tesoro muchas veces poco valorado. Si se
aleja porque hemos dejado de interesarnos, porque los problemas pudieron más
que las soluciones o porque sencillamente el cansancio hizo mella en alguna de
las partes, asistimos a momentos de dolor mitigado por la certeza de que la
otra persona encontrará nuevos alicientes y nosotros acabaremos viendo la luz después
de las oscuras tinieblas de la perdida.
Si se va para
siempre, porque el reloj de la vida le reclama, el vacío causa un dolor más
profundo, especialmente a los que no tenemos fe en cielos futuros, y acabamos
aceptando que la pérdida es irreemplazable para ambas partes. Solamente nos
queda acudir a los recuerdos como la única forma de mantener la presencia del
ser querido en nuestras vidas y elegir cuidadosamente aquellos momentos en que
conseguimos encontrarnos especialmente bien en su compañía.
Todos hemos
vivido momentos mágicos en los que el tiempo parece detenerse para dejarnos vislumbrar
el sabor de lo eterno. Esos momentos son los que deberían salir de baúl de la
convivencia para preservar los lazos entre quién se va y quién se queda.
Se acerca la
luna llena y dentro de unos días, en la calma que inevitablemente acompañará a
la distancia, le hablaré del dolor de la pérdida y le enseñaré los retales que
he encontrado en el baúl para mantener viva su presencia.
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