miércoles, 16 de octubre de 2013

CUANDO LAS PERSONAS CUENTAN
Lo percibimos más claro cuando faltan o cuando se alejan.
Bueno es, en la ausencia, tener recuerdos hermosos para mantener su presencia.

                              

Si hay algo hermoso en la vida es cuando logramos añadir personas para hacer compañía a la radical soledad con la que debemos enfrentarnos a los principales hechos de la existencia. Vivir en contacto íntimo con los otros, sentir el afecto de las personas, participar del trabajo, del descanso o de la diversión con seres humanos que nos hacen vivir de una forma más positiva la vida es una gozada que ayuda a sobrellevar aquella soledad radical de la que hablaba y a la que no podemos ni renunciar ni vencer.
Cuando alguna de las personas que forman parte de ese entorno de cariño desaparece, o se aleja, sobreviene con rapidez el dolor y nos hace sentir, de alguna forma, huérfanos del cariño que habíamos tenido como un tesoro muchas veces poco valorado. Si se aleja porque hemos dejado de interesarnos, porque los problemas pudieron más que las soluciones o porque sencillamente el cansancio hizo mella en alguna de las partes, asistimos a momentos de dolor mitigado por la certeza de que la otra persona encontrará nuevos alicientes y nosotros acabaremos viendo la luz después de las oscuras tinieblas de la perdida.
Si se va para siempre, porque el reloj de la vida le reclama, el vacío causa un dolor más profundo, especialmente a los que no tenemos fe en cielos futuros, y acabamos aceptando que la pérdida es irreemplazable para ambas partes. Solamente nos queda acudir a los recuerdos como la única forma de mantener la presencia del ser querido en nuestras vidas y elegir cuidadosamente aquellos momentos en que conseguimos encontrarnos especialmente bien en su compañía.
Todos hemos vivido momentos mágicos en los que el tiempo parece detenerse para dejarnos vislumbrar el sabor de lo eterno. Esos momentos son los que deberían salir de baúl de la convivencia para preservar los lazos entre quién se va y quién se queda.

Se acerca la luna llena y dentro de unos días, en la calma que inevitablemente acompañará a la distancia, le hablaré del dolor de la pérdida y le enseñaré los retales que he encontrado en el baúl para mantener viva su presencia.

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