viernes, 1 de noviembre de 2013

CUANDO LAS DROGAS LEGALES NOS DUERMEN
Hoy además de la religión nos adormecen posesiones múltiples que no queremos poner en peligro.
Entre el fútbol, la televisión, los juegos, los móviles y el ordenador nos van absorbiendo el pensar y las ganas de transformar esta sociedad gobernada por chorizos.
                                    
  
            Esta sociedad tiene muchos medios para apaciguar la rebeldía de las personas que se sienten injustamente tratadas por el sistema. Hoy ya casi nadie se atreve a protestar por un sueldo de 800 euros cuando hace casi nada se ponía a los mileuristas como ejemplo de carencias básicas para disfrutar del estado de bienestar. Vemos como se despide a los amigos con unas indemnizaciones que les habían prometido cuantiosas y que han desaparecido por el cariño con que se preocuparon unas leyes hechas a medida del capital.
            Quizá debamos comenzar a pensar en el capital y como aborrega a los que vivimos en su seno para hacernos sentir culpables hasta de pensar en como mejorar las cosas.
            La religión es el opio del pueblo gritaba Karl Marx hace más de 150 años. Más de un siglo después los dueños del mundo han inventado nuevas drogas que nos sirven cada día de adormideras para hacer descansar las ansias de rebelión que provocan esos ricos cada vez más ricos que solamente aspiran a mejorar las cosas haciéndose más ricos aún.
            La iglesia sigue predicando la resignación, poner la otra mejilla, perdonar a to cristo aunque nos joda la vida y si eres pobre, sumiso y rezas mucho te regala un cielo millonario que nadie ha visto aún, ni es localizable. Por ese paraíso se inmolan las personas o se resignan a esperar el premio sin rebelarse contra la injusticia.
            Hoy son más sibilinos. Nos han dado cosas: el piso, el coche, un trabajo, la cerveza de los sábados, las vacaciones en el pueblo o en la playa, el bautizo o la comunión de mis niños, el cine, la televisión, el móvil… No podemos perder la cabeza y poner en peligro todo eso para lanzarnos a un mundo desconocido donde no nos aseguran la permanencia de nuestras posesiones. Lentamente acabamos sintiéndonos satisfechos de tener más que nuestro vecino y volvernos conservadores para no perder ninguno de nuestros privilegios. Solamente cuando el sistema ataca alguno de estos bienes directamente con los desahucios o la perdida de los ahorros se forman grupos que vociferan sin llegar a las manos porque el capital tiene mecanismos para controlarlos.
            El fútbol de cada día me entretiene, el baloncesto me roba el sueño de las madrugadas allá en la NBA, la televisión de chismorreos, infidelidades, muertes y abusos excita la parte menos racional de nosotros y entre lo que nos regala el párrafo anterior y estos entretenimientos no hay tiempo para pensar aunque estés parado y el paro sea de larga duración. Si no te llega para calmarte siempre estará ese penalti no pitado, aquel pisotón intencionado o aquel fuera de juego que nunca existió para hacernos sentir parte de un grupo que ayuda a canalizar nuestra agresividad hacia objetivos menos peligrosos.

            No hay tiempo para hablar con la luna, se nos va olvidando soñar. Las drogas legales que nos atan comienzan a convertirnos en enfermos crónicos gobernados por chorizos profesionales.

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