sábado, 4 de diciembre de 2021

 SE APAGARON MIS LUCES. Comenzará con otros temas 

    ¡¡¡Estoy curado!!! Han sido 15 días duros, pero ya estoy en plena forma para poner contentos a mis dueños. Me han dejado una hora solo en el taller, pero en cuanto han sabido que mis luces ya no se encenderían han venido a recogerme. El señor mayor está enfadado porque parece que nadie le da importancia a los disgustos y cambios de planes que ha provocado mi avería. Se sube por las paredes cuando le dicen que de qué se queja si ya estoy bien. 

    La verdad es que hasta que no ha pasado el puente, conmigo en el garaje, y ha vuelto el señor que me vendió no se han acelerado las cosas, aunque no creo que él haya ido a buscar la pieza buena. ¿Cómo sabrán que esta pila nueva no se averiará con tanta seguridad si la otra salió mala? El señor mayor descarga su cabreo con el vendedor, que parece no tener ninguna culpa, delante de mí e intenta hacerle ver que el problema no se arregla con las luces. Le pregunta que qué quiere para compensarle, pero el señor mayor no quiere hablar de alfombras, neveras o tontones porque está contento con lo que tengo y les dice que piensen cuanto valen los disgustos, cancelaciones y viajes anulados. 

    Al cabo de tres días de silencio llama desde mi asiento delantero al señor que le vendió el coche y le dice que el silencio les hace culpables y que se dispone a tomar medidas más radicales que desahogarse por teléfono y que haría bien en pasar sus “escribidos” al director para que al menos sepa mi historia. Efectivamente lo hace porque ese mismo día llegan sorpresas cuando salgo para pasear al bosque. 

   Le llama el director de ventas, que dice ser el auténtico porque el del otro día era un coordinador de no sé qué, y el señor mayor se debe quedar a gusto con las quejas que cuenta. Me he imaginado al nuevo jefe de ventas con el teléfono separado de la oreja esperando que acabe su mala leche el cliente impertinente que no se conforma con que me hayan arreglado unas luces sin importancia. Si todo está en orden ya está todo arreglado, escucho en el teléfono, y la señora que acaricia mi volante espera un poco asustada la reacción de su marido. 

   Nuevos reproches. El jefe de ventas le dice que cómo puede compensarle, otra vez le quiere hablar de alfombras, fundas, tontones o neveras, pero el señor mayor le dice que quiere una compensación en metálico. Aquí el jefe de ventas dice que es imposible y se despiden con una tensión en el aire de mi interior que me hace temblar porque el señor mayor habla de gastar tiempo y dinero hasta conseguir que reconozcan el daño causado. 

El sábado, por fin, puedo conocer el mar. Cuatro horas delante de un Mediterráneo, así dicen que se llama, con la playa acariciada por unas olas suaves y monótonas. Mis dueños han cumplido su deseo de hacer el trozo del camino de ronda que tenían previsto, aunque con 20 días de retraso. Esperan noticias, pero los amigos de mi jefe le dicen que no conseguirá nada porque las multinacionales siempre ganan y que no es para tanto el disgusto cómo para pedir 5000 euracos. El señor mayor, cada vez más enfadado, promete emplear todos los recursos para llevarles la contraria porque sabe que su disgusto lo ha infravalorado... 

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