martes, 1 de febrero de 2022

                  CLUB DEPORTIVO ESCOLAR CAN ORIACH 

Son recuerdos personales de la historia del Club. Creo que fue algo muy bonito y que cayó en el olvido como si no hubiera existido. Muchas cosas importantes no aparecerán aquí porque nos volvemos selectivos con los recuerdos e intento evitar dar protagonismo a personas, pero queda abierto el blog, y mi correo, para aportaciones de quienes compartieron esta experiencia. 

Unas 20 entradas del mes de febrero de 2022 intentarán revivir, por momentos, aquella experiencia del olvido. Ni los historiadores del barrio se enteraron de su existencia...  

 

CAN ORIACH 1968 

Llegué a Can Oriach en la cabina de un camión que transportaba los muebles de mi familia. Parecía que Sabadell no se acababa nunca. La Avinguda, la Rambla, el ayuntamiento, la Concordia... bajé tres veces a preguntar dónde estaba el Miguel Carreras, la escuela de mi destino. El barrio me recibió al otro lado de la vía del tren, creo que fui consciente desde el primer momento de que era un barrio diferente, lejano a Sabadell. 

 

Era el año 1968 y aquella tierra de viñas, olivos y almendros ya estaba siendo invadida por inmigrantes que buscaban una vida mejor cerca de la ciudad textil por excelencia que prometía trabajo y futuro para los hijos. Al girar en lo que me dijeron que era una iglesia, la más fea que había conocido, el camión se encuentra con una calle sin asfaltar llena de barro que parece conducirnos fuera de la ciudad. 

Creo que a aquella parte de la nada le llamaban la ciudad sin ley, pero lo que es cierto es que la mayoría de sus habitantes vivían sin agua en casa, sin luz en las calles, sin teléfonos cercanos, sin unas casas acogedoras porque la mayoría las habían ido levantando con sus manos. Más de la mitad de las personas mayores eran analfabetas, solamente había dos colegios públicos, el Kennedy y el Miguel Carreras, con 50 alumnos por aula que no molestaban a los maestros porque las permanencias, pagadas por los padres para quedarse los niños en el colegio una hora más, era casi como un nuevo sueldo. 

Los maestros tenían casa gratis, ayuda del ayuntamiento, clases particulares y esas permanencias con las que mejoraban su vida porque con el sueldo de 6000 pesetas se podía estar a las puertas de aquello de pasar más hambre que un maestro de escuela. Nadie quería ser maestro y casi todos provenían de fuera de Catalunya. 

Aquella calle sin asfaltar, Balaguer, al lado de la iglesia rara, esperará el barro seco para que los niños puedan jugar en la calle o apedrear al tren si no andaba rápido. Bajar a Sabadell era una excursión poco practicada y el 2, nuestro autobús, no quedaba muy a mano. A trabajar horas sin sol para criar a familias numerosas y soñar con un futuro que compartían con sus vecinos. Uno de cada 10 también utilizaba servicios higiénicos comunes porque solamente disponía de una o dos habitaciones para albergar de 5 a 7 personas, eran las estadas. 

Conviene recordar estos años porque fuimos durante décadas un barrio olvidado que luchaba por sobrevivir y mejorar sus condiciones de vida. No se arreglaron las aceras en un año, ni el alumbrado, ni los sueldos dignos, ni se conquistaron fácilmente las pocas plazas de las que hoy disfrutamos. Aquella iglesia fea estaría al lado de los trabajadores en sus reivindicaciones y las asociaciones de vecinos comenzaron a pedir lo que con justicia se le debía al barrio hacía muchos años. 

Sus más de 20.000 habitantes son una semilla que habla de futuro, de sueños compartidos que solamente tienen un camino: mejorar. 

 

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