YO TAMBIÉN SOÑÉ
Quería cambiar el mundo, vivía a finales de los años sesenta del siglo pasado y una sociedad mejor parecía posible. Rebeldía, manifestaciones, detenciones de la policía, libros prohibidos, pelo largo, padres y sociedad sin entender que nuestra rebeldía transformaría para siempre aquel mundo que solamente nosotros, los jóvenes, soñabamos…
Ahora, con 75 años, al mirar a mi alrededor siento que nuevamente es necesario que otra generación vuelva a intentar transformar nuestro entorno donde todo huele a ladrones con corbata, donde los medios de comunicación juegan con nuestros pensamientos y donde los poderosos, los ricos capitalistas, fabrican guerras para vender sus armas y nos entretienen con cuatro promesas para esconder que la mayoría seguimos abajo sin dejarnos la posiblidad de pensar y rebelarnos. Son tan peligrosos como aquellos fascistas que fusilaban y encarcelaban a los disidentes aunque ahora sus métodos refinados nos impiden hasta soñar con un mundo donde la persona vuelva a ver la triste realidad que domina el Planeta Tierra.
Hasta yo, que tengo la suerte de haber nacido en un país capitalista y tener un nivel de vida aceptable, soy incapaz de rebelarme contra la miseria de miles de millones de personas, contra los muertos de las guerras y las constantes mentiras con que mi cerebro está siendo manipulado. No calman mis sentimientos de alarma ver que a los jóvenes que me rodean les cuesta comenzar a pensar en luchar para transformar este mundo necesitado de sabia nueva para detener la destrucción de La Tierra y la manipulación de nuestras conciencias.
Hoy la televisión, la prensa y, sobre todo, las redes sociales hacen más difícil la rebelión de los jóvenes contra el control de los amos del mundo. Los manipuladores creen, como creían nuestros padres y los gobernantes en 1968, que lo tienen todo controlado y que los pequeños cambios los decidirán ellos sin perder nunca sus privilegios. No les importa que se hable del cambio climático, de las devastadoras guerras que existen, ni de los muertos de hambre que cada día abandonan la Tierra, pero que solamente se hable hasta el aburrimiento para que todo se mantenga bajo su control, hasta las noticias siniestras…
No pierdo la esperanza de que la destrucción de la Tierra y el mundo de los robots despierte a los jóvenes, a los adolescentes y a los niños y les haga soñar con jugar con los amigos en persona y exigir a los gobiernos que dirigen el mundo que detengan su malvado proceder y hagan más habitable la vida en aquellos paises donde está instalada la miseria, el hambre y la muerte después de haberles robado las materias primas que el mundo occidental necesitaba. En 1968 nadie soñaba con los cambios que se produjeron, esperemos que vuelva la ilusión de rebelarse contra la dependencia y sumisión en que nos tiene presos esta sociedad capitalista… y la otra.
Será lenta la espera porque desde muy pequeñitos los niños lo tienen materialmente todo y están poco acostumbrados a luchar por lo imposible o a soportar las dificultades que la vida les va poniendo inexorablemente en su camino. Muchas veces prefieren la depresión y hasta el suicidio antes de abrir los ojos y ver que la realidad les hace dependientes y esclavos del sistema. Confio en que algún día… estoy seguro de que llegará aunque muchos ya no lo veremos.
Mientras el tiempo pasa y el mundo capitalista oprime más y más decidí hace unos meses recoger mis recuerdos y retirarme a buscar consuelo lejos de las prisas, a otro mundo donde los enemigos tengan dificultades para comerme el tarro y acelerar mis días cuando yo busco la calma.
Me ha despertado el canto del gallo, me he desperezado sin prisas, he encendido la luz (sigo dependiendo de la modernidad) y me he aseado convenientemente. El agua caliente, la electricidad, el panadero y mi teléfono móvil apagado me siguen manteniendo sujeto al siglo XXI.
He desayunado en la cocina mirando a la Peña de Amaya, sin prisas, porque mis galletas María están a mi lado en calma, y he salido a la calle abrigado para viajar a mi huerto, es tiempo de remover la tierra y plantar mis lechugas, mis espinacas, mi coliflor, los puerros, las acelgas… cuidar mi cerezo, mi manzano, mi nogal que tardarán en dar frutos pero que ayudan a esperar tranquilo que entregen el premio a mi trabajo.
El pueblo está vacio esperando el verano. Diez vecinos, mal contados, encerrados en su buscada soledad apenas se rozan en la fuente de la plaza, al tirar la basura o en un encuentro fortuito en sus paseos. Yo he guardado mis herramientas y he dado un paseo largo. He subido hasta el cementerio para contemplar el pueblo y su iglesia desde lo alto y volver la vista a la Peña de Amaya de nuevo porque es la presidenta de mi valle.
El cementerio rodeado de piedras superpuestas, sin cemento, están cansadas de aguantar la soledad y en su interior unas cruces viejas recuerdan los nombres de quienes vivieron un pueblo vivo que rondaba los 200 habitantes. Dos lápidas desentonan en aquellos montones de tierra, la mayoría hace años olvidados, que guardan en silencio la memoria de tiempos pasados.
El sol envuelto en la neblina del otoño me acompaña a casa para preparar algo de comida, dar de comer a las gallinas y leer un rato. Libros releidos hasta la saciedad como el Principito, mi favorito, de Antoine de Saint-Exupéry buscando en las cosas sencillas disfrutar de cada día para prolongar el tiempo. No tengo televisión, asi no me da tentación de que me coman el coco aquellos que dominan el mundo, y descansaba tranquilo. El teléfono solamente es para emergencias, sin redes sociales, y para saber de quienes me importan por si hoy se acordaron de mí.
Mi huevo frito, mi trozo de chorizo casero y a dormir a la misma hora que mis gallinas que son un reloj fiable para controlar el tiempo de descanso hasta que el gallo vuelva a anunciar el despertar.
Uno de los mayores placeres de mi nueva vida es que el tiempo corre despacio, los momentos bonitos los disfruto sin prisas y cada puesta de sol me hace despedir el día con la alegría de haber vencido a quienes me machacaban con sus historias y de haber recuperado mis horas, mis minutos, mis ideas, mis sueños… aunque no dejo de sentirme un poco cobarde por haber abandonado aquel mundo de gigantes al sentirme un David sin onda con la que intentar derribarles.
Nunca dejaré de creer que las nuevas generaciones al darse cuenta de que estamos destruyendo la Tierra comiencen a rebelarse, que al ver tantas pateras comiencen a pensar que nadie marcharía de su país si no les amenazara el peligro de morir de hambre o de una enfermedad no vacunada, que las prisas son un mal compañero para acaraciarse a si mismo y a quienes le rodean y que las redes sociales son un mal sustituto de un abrazo y de una mirada de cariño.
Tantas mentiras repetidas, tantos silencios, tantas prisas van durmiendo conciencias y haciendo sentir como reyes a quienes, sin saberlo, viven como esclavos. Algún día cantará un gallo y se despertará lentamente la rebeldía que luche por un mundo menos malvado.
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