UNOS
TANTO Y OTROS… NADA
Junto
a tumbas que llaman la atención por su opulencia existe una lápida sin nombre.
Asesinos
confesos, maestros de pistoleros tienen, pagado con dinero público, el recuerdo
que no merecieron.Es
de justicia intentar poner nombres y apellidos a la lápida vacía.
Puedo
imaginarme entrando en el cementerio del Carmen, allá en la Valladolid
castellana, y perdiéndome entre sus tumbas recordando otros cementerios que dan
reposo a personajes históricamente relevantes. Zorrilla, Miguel Delibes,
alcaldes, bomberos, personas que los libros, sus hechos o los diarios han hecho
sitio en lugar destacado para que tengan mi pequeño recuerdo.
Al mirar a un lado he visto un gran
panteón honrando la figura de un asesino y, preguntando, me han dicho que allá
por el año 60 le dedicaron este homenaje con dinero público. Tardaron veinte
años en levantar para la historia su recuerdo, no tuvieron miedo de remover los
recuerdos de aquella masacre que este y otros personajes provocaron en 1936. Se
llamaba Severiano Martínez Aido. Os cuento por qué dan ganas de escupir sobre
su tumba. Fue un perseguidor obsesivo de la CNT y de cuanto se acercara a ella
a comienzo de los años 20 en Barcelona y para evitar que los jueces, todos de derechas,
dudaran inventó aquella famosa ley de fugas: estás en la cárcel, te suelto, sales
a la calle, te mando correr y te pego un tiro que es mi justicia. Este amigo de
Alfonso XIII, rey tenía que ser, luego fue nombrado ministro para administrar
SU justicia con muchos más muertos a su espalda. Escupo porque es hora de desahogarse…
Giro la cabeza y me encuentro con el
nombre de Onesimo y me recuerda aquella frase de libro de Hugh Tomas sobre la
Guerra civil:
"Un testigo ocular que vive en
Valladolid dice que una "patrulla del amanecer" de falangistas, al
comienzo de la guerra, fusilaba a 40 personas cada día: Onésimo Redondo, el
fundador de las J.O.N.S. de Castilla, que recientemente había sido librado de
la cárcel, se entregó a esta labor de purga." Repiten las mismas tentaciones, ellos, los asesinos
tienen sitio reservado entre los buenos.
Más allá una lápida sin nombres tiene rosas y claveles.
Una abuela reza después de encender una vela, se quedó huérfana antes de tener
uso de razón y busca consuelo en el silencio del mármol porque le parece un
lugar más hermoso que las tapias del cementerio donde posiblemente asesinaron a
su padre. Quizá alguien podría pensar en todos esos seres que descansan, sin
nombre, bajo esta lápida, miles y miles de personas que estaban al lado de
aquella República herida de muerte por culpa de unos bandoleros. Además se
saber que tienen derecho a tener nombres y personas que les recuerden poniendo
una rosa podían poner un poco de voluntad, digo dinero, para recuperar sus
cuerpos y hacer que tengan un sitio en el cementerio.
Allá en el cementerio del Carmen hay muchas personas
asesinadas que algún día saldrán del anonimato aunque ya no puedan escupir
sobre las tumbas de sus asesinos.
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