NACÍ
CERCA DEL PARAISO
Y
con derecho a quejarme cada día por las cosas que no me gustan.
Leyendo
las noticias te das cuenta de que eres una persona con suerte.
Aun
viviendo en el otro lado estamos mejor que la mayoría de los habitantes del
Planeta.
Cada día cuando ojeo la prensa
acostumbro a sonreír porque percibo que he tenido la suerte de haber nacido en
aquella parte del mundo que tiene el santo de cara. Los terremotos que matan
cientos de personas en otros países aquí son temblores de tierra que no
causan víctimas, las olas de ocho metros de Menorca son más un espectáculo que
una catástrofe, aunque machacamos a la Tierra seguimos teniendo agua potable en
abundancia solamente con abrir el grifo y hasta los desfavorecidos tienen un mínimo
vital por el que sonreiría la mitad del mundo.
Muchos seguimos vivos, y soñando con
muchos años, cuando en la mayor parte del mundo las personas no alcanzan estadísticamente nuestra edad. Traducido en una
frase terrible, habríamos muertos hace un puñado de años si es que hubiéramos tenido
la suerte de superar las enfermedades de la infancia. He vuelto a sonreír y a
mirar el azul del cielo calentando mi rostro con el clima que nos regala
noviembre. ¡Cuántas veces, con las prisas, olvidamos lo mal repartidas que
están las comodidades en el mundo!
Percibir cuantas cosas tenemos,
valorar el tiempo que nos regala la sociedad, evitar romper los días con cosas
que no tienen importancia, creo que ayuda a hacer más agradable esa vida que
los Pinochos, los chorizos de cuello blanco y tantos buitres que se forrar a
costa del trabajo de otros, se empeñan en ensombrecer en el día a día. Bueno es
tener ganas de machacarlos y luchar para que la tarta se reparta de una manera
más justa pero no debemos regalarles nuestro derecho a montarnos nuestra
felicidad.
Muchas cosas son mejorables pero no
debemos nunca olvidar que tuvimos la suerte de venir a la vida en una parte del
mundo donde tenemos la ventaja de tener mucho más de los que pueden soñar miles
de millones de personas. Vuelvo a sonreír porque cuando se tienen cubiertas las
necesidades básicas es posible disfrutar de millones de pequeñas cosas que
acostumbramos a olvidar. Nuestro peor enemigo es la prisa y dejarnos invadir
por ese deseo que venden los depredadores del bienestar que consiste en
hacernos desear tener más, cada vez más.
Sentado en una hamaca, dejando que
me acaricie el sol de noviembre, sin prisas, pienso que me gustaría que los
estados regalasen vidas parecidas a la mía a tantos millones que carecen de lo
básico. Ya sé que prefieren darles armas para matarse en lugar de lo suficiente
para sobrevivir y que de vez en cuando puedan sonreír porque su existencia vale
la pena.
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