CAMINANDO
BAJO LA NIEVE
Quienes ya tenemos unos
años añoramos aquellas nevadas de antaño, los muñecos de nieve con nariz de
zanahoria y los laberintos entre paredes blancas que comunicaban las casas del
pueblo. Después hemos percibido que el frío era menos intenso y que las nevadas
eran escasas, es por eso que da gusto volver al pasado bajo los copos blancos y
lentos que caían esta tarde.
Evidentemente el pueblo con nieve,
hasta tapar puertas y ventanas, estaba en la meseta y no en las cercanías del
Mediterráneo. No había quitanieves y los vecinos intentaban estar comunicados
en su mundo alejado del resto del Planeta. No echábamos en falta la luz eléctrica
porque todavía no era de consumo diario y los cantos redondos puestos al calor
de las cocinas abrigaban nuestros sueños al calentar sábanas y mantas. Aquellos
pueblos siguen existiendo pero cada día son menos sus habitantes y mejores las
condiciones de vida que combaten el frío y posibilitan las comunicaciones.
Hoy al aparecer los primeros copos
de nieve me he quedado mirando, detrás de los cristales, cómo caían lentos, sin
prisas, aunque sin conseguir cuajar en la humedad de las calles. No cubrirían
de blanco la ciudad ni nos dejarían incomunicados pero ahora podíamos gozar de
la belleza de los copos de nieve descansando suavemente en los tejados. No se
decidían a dejar una gran nevada, quizá mañana…
Siempre he sabido que cuando comienza
a nevar hace menos frío y no es una locura salir a pasear para dejar que los
copos blancos caigan, lentos, sobre tu cuerpo y percibir la novedad de aquella
nieve tan abundante en la infancia. Sigue siendo atractivo salir a recogerla a
punados, hacer bolas y lanzarlas a las personas con las que compartimos
nuestras vidas, los niños disfrutan de este pequeño placer tanto como los
mayores. Algo mágico deben tener esos copos de nieve que hasta en el desierto
se creían regalos del cielo al pueblo de Israel errante y perseguido, según la
Biblia.
Ahora la experiencia de dejarse
acariciar por la nieve en las calles tiene la pronta recompensa de refugiarnos
en los pisos llenos de calor y seguir contemplando la débil nevada detrás de
los cristales. Dicen que mañana nevará de verdad y yo volveré a contemplar los
copos blancos tras la ventana y después bajaré a las calles para que la nieve despierte
recuerdos de la infancia.
Hoy no es día de hablar del cambio
climático y de lo rápido que pasamos de la sequía “más pertinaz” (decía aquel
dictador de voz atiplada) a lluvias torrenciales acompañadas de vientos
huracanados.
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