martes, 27 de febrero de 2018


CAMINANDO BAJO LA NIEVE
         Quienes ya tenemos unos años añoramos aquellas nevadas de antaño, los muñecos de nieve con nariz de zanahoria y los laberintos entre paredes blancas que comunicaban las casas del pueblo. Después hemos percibido que el frío era menos intenso y que las nevadas eran escasas, es por eso que da gusto volver al pasado bajo los copos blancos y lentos que caían esta tarde.

                           Resultado de imagen de fotografias de nevadas con copos de nieve en la ciudad 

            Evidentemente el pueblo con nieve, hasta tapar puertas y ventanas, estaba en la meseta y no en las cercanías del Mediterráneo. No había quitanieves y los vecinos intentaban estar comunicados en su mundo alejado del resto del Planeta. No echábamos en falta la luz eléctrica porque todavía no era de consumo diario y los cantos redondos puestos al calor de las cocinas abrigaban nuestros sueños al calentar sábanas y mantas. Aquellos pueblos siguen existiendo pero cada día son menos sus habitantes y mejores las condiciones de vida que combaten el frío y posibilitan las comunicaciones.
            Hoy al aparecer los primeros copos de nieve me he quedado mirando, detrás de los cristales, cómo caían lentos, sin prisas, aunque sin conseguir cuajar en la humedad de las calles. No cubrirían de blanco la ciudad ni nos dejarían incomunicados pero ahora podíamos gozar de la belleza de los copos de nieve descansando suavemente en los tejados. No se decidían a dejar una gran nevada, quizá mañana…
            Siempre he sabido que cuando comienza a nevar hace menos frío y no es una locura salir a pasear para dejar que los copos blancos caigan, lentos, sobre tu cuerpo y percibir la novedad de aquella nieve tan abundante en la infancia. Sigue siendo atractivo salir a recogerla a punados, hacer bolas y lanzarlas a las personas con las que compartimos nuestras vidas, los niños disfrutan de este pequeño placer tanto como los mayores. Algo mágico deben tener esos copos de nieve que hasta en el desierto se creían regalos del cielo al pueblo de Israel errante y perseguido, según la Biblia.
            Ahora la experiencia de dejarse acariciar por la nieve en las calles tiene la pronta recompensa de refugiarnos en los pisos llenos de calor y seguir contemplando la débil nevada detrás de los cristales. Dicen que mañana nevará de verdad y yo volveré a contemplar los copos blancos tras la ventana y después bajaré a las calles para que la nieve despierte recuerdos de la infancia.
            Hoy no es día de hablar del cambio climático y de lo rápido que pasamos de la sequía “más pertinaz” (decía aquel dictador de voz atiplada) a lluvias torrenciales acompañadas de vientos huracanados.

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