lunes, 26 de marzo de 2018


CUANDO FRANCO SE MORÍA
Decían que ya había muchas libertades en España.
Pero seguía existiendo una dictadura difícil de desterrar.
Recuerdo momentos del día a día de aquellos primeros años 70.

                             Resultado de imagen de fotografias de manifestacion universitaria en los años setenta en España con cargas de los grises
  
            Evidentemente iba a la universidad en camioneta y autobús y cuando hablaba con alguien de temas políticos miraba a todos los lados por si había oídos no deseados. Al llegar a la facultad había grises (policías uniformados) y “sociales”, personajes como Billy el Niño, mucho más peligrosos, a los que enseñabas el carnet. El bar era el lugar donde se preparaban las movidas, se contaban novedades, se soñaba un futuro mejor, todo en voz baja.
            Una asamblea suponía un enfrentamiento con los profesores (que amenazaban con el suspenso eterno) y la presencia de los citados grises que no tenían inconveniente en disparar pelotas de goma o tiros de verdad en el interior de la facultad. Si se organizaba una manifestación en el Paraninfo acudía con sus caballos y sus furgones para golpear con sus porras, a la primera piedra, hasta cansarse. Un brazo levantado para defenderse podía significar acusación de agresión a la autoridad y visitar Carabanchel por unos meses después de ser debidamente interrogado con sumo “cariño” (ellos eran testigos “fiables” siempre).
            Había un canal de televisión único que no ocultaba su amor al dictador y hacía cuanto podía para que todas las noticias contribuyeran a su mayor gloria y la prensa estaba sumisa o atemorizada (se cerraban periódicos con modélica periodicidad), solamente a la Codorniz le dejaban hacernos creer que la crítica era posible.
            Los libros políticamente interesantes estaban prohibidos y recuerdo que nos juntábamos los sábados por la mañana en el Comercial, en la glorieta de Bilbao de Madrid, para escuchar fragmentos de poesías que llamaban por su nombre a Franco, y análisis de la política española desde la izquierda. Aún recuerdo El Laberinto español y el furgón de la policía en la calle intimidando a los “delincuentes” que conspiraban escuchando opiniones.
            Por repartir propaganda te podían caer seis meses de cárcel y si eras el que tenía la multicopista para imprimirla podía subir a seis años, con la bienvenida “cariñosa” y el interrogatorio “amable” que precedía a juicios vistos para sentencia antes de convocarse y dónde la palabra del policía era palabra de aquel dios que protegía al dictador y su corte.
            El miedo, siempre el miedo. Si detenían a un amigo mejor que tu nombre no estuviera en su agenda y la posibilidad de que dijera algo ante su “caricias” te trasmitía unas enormes ganas de dormir fuera de casa hasta que pasara el achuchón. El miedo, siempre el miedo y reuniones secretas en barrios apartados esperando no ser tan importantes como para ser detenidos. Eran los últimos años del franquismo y decían que había apertura a Europa y unas libertades peligrosas para el sistema.
            Nunca he aplaudido la Constitución del 78, pero aquel ejército y aquella policía daba mucho miedo y muchos políticos (casi todos) decidieron que mejor tres cuartos que el litro entero. Es hora de que, cuando todo se calme, sean revisadas la leyes surgidas del pánico a que se repitieran los cientos de miles de muertos y los ajustes de cuentas de las postguerra. Hablar o manifestarse  contra el franquismo era extremadamente peligroso, la censura implacable y la moral sumisa el lema de la jerarquía católica que acompañaba, bajo palio, a un asesino implacable que había robado la República y la democracia a los españoles.
            Algunos van intentando recuperar alguna de las costumbres del aquel general pero estamos lejos de volver a respirar el miedo que suponía hablar, reunirse, manifestarse o repartir propaganda en aquellos últimos años de la dictadura.

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