UN
SUBNORMAL EN LA CASA BLANCA
A
nadie normal se le ocurriría poner al Planeta en peligro.
A
nadie normal se le ocurriría bombardear para castigar un bombardeo.
Vender
armas, caiga quién caiga, le da de baja de la raza humana.
Entre Rusia y Estados Unidos tienen
bombas para destruir la Tierra cien veces y saben que no pueden enfrentarse
porque no pueden controlar la respuesta del otro. Eso se sabía desde la guerra
fría hasta que unos personajes incontrolados (millones) elevaron a Donald Trump
al altar desde donde se aprieta el botón de los misiles. Por aquello de
viviremos mejor sin inmigrantes, sin apoyar a otros países económicamente y
cien lindezas similares, tenemos a un Hitler nada contemporizador con el sentido
común.
El país que lanzó las bombas
atómicas en Japón, sobre población civil, tiene un presidente que se ha
convertido en juez que, pasando de la ONU y otras lindezas, decide culpables y
castigos para mejorar su imagen delante de aquellos que le encumbraron a la
Casa Blanca. Tiene las armas más destructivas del Planeta e intenta imponer
quién puede disponer de una migajas (si las paga adecuadamente) para montar una
guerra en la que sus industrias armamentísticas se forren. Allá en Siria
montaron un cristo para dominar la zona y acabar con Bashar-al-Assad, su presidente; armaron a los enemigos
y dieron armas a quienes hoy quieren hacer desaparecer del mapa. Esa Europa
sumisa ha olvidado que son esas armas las que unieron a las personas que
atropellan con sus autobuses o camiones a personas inocentes.
Pone
la carne de gallina que sea ese devorador de mises quién ande repartiendo armas
y decidiendo quién puede moverse en el Planeta. Aparenta ser un personaje sin
control que, aparte de la pasta, dice y hace lo que piensa sin aparente
control. Muchos pensamos que duraría dos meses y que los republicanos le
pararían los pies pero es listo como el hambre para, desde las cloacas,
controlar los movimientos de quienes comparten un trocito del pastel de poder
con él.
Evidentemente
los seres humanos son más razonables, disimulan más sus odios y carencias y no
tienen el poder de destruir el mundo, cosa que pone la carne de gallina. Francia,
Inglaterra, Pinocho, y todo ser viviente con poder en occidente, aplaudiendo la explosión de sus misiles
aunque debiliten la posibilidad de acabar con quienes atentan en París, Bruselas
o Barcelona, sin preguntar quién pasaba por allí. Cada país que desestabilizan,
con sus ambiciones, provoca millones de muertes y millones de refugiados que
buscan sobrevivir a la barbarie que desataron quienes querían controlar el
poder.
18
millones de sirios, 30 millones de iraquíes, seis millones de libaneses, millones de subsaharianos enviados a la miseria. Si quedaba algo del paraíso de Adán y Eva
están acabando con todo vestigio de tal existencia. Y nos engañan con
terroríficas imágenes de bombas químicas, que despiertan nuestra sensibilidad, con niños en primer plano, como si el resto de las muertes fueran más humanas.
¿Y
si ellos mismos tiraron las bombas para justificar sacar pecho como
subnormales?
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