martes, 9 de octubre de 2018


UN ABUELO RECUERDA SU PUEBLO
         No llegaba a las cuarenta casas, escondido entre montañas soportaba crudos inviernos y calurosos veranos. Las calles de tierra dejaban circular carros, caballos, gallinas, niños y gatos. La iglesia y el pilón eran los puntos de encuentro….

                  Resultado de imagen de niñas jugando a la goma en el pueblo                   


además del rosario vespertino con los vecinos, la tienda de comestibles y las sillas que despedían la tarde con mujeres haciendo punto o zurciendo medias y calcetines.
            La fresquera, una habitación oscura, hacía de frigorífico y la cocina de carbón era la única fuente de calor. La luz apenas llegaba, débil, unas horas para enseñar los filamentos enrojecidos de las bombillas y escuchar en la radio el parte de las nueve de la noche. Muchos días las velas acompañaban a sus habitantes al irse a dormir a la hora que las gallinas cuyo gallo llamaría de nuevo a la vida a la hora convenida.
            El agua obligaba a visitar el pilón tanto a las personas como a los animales y el arroyo lavaba pañales y camisas con el calor del verano o rompiendo el hielo en invierno con una piedra. Bañarse todos los hermanos en el mismo balde el domingo para quitar la roña acumulada por las muchas horas de calle e ir a la misa obligada con aquel don Magencio que nos visitaba una vez a la semana si no había entierros por medio.
            Nuestra relación con el mundo exterior era ver pasar un avión a la semana y la llegada del cartero casi siempre con malas noticias si traía telegramas. Los mayores salían con sus carros al mercado semanal para intercambiar sus productos por herramientas para volver a trabajar, nosotros salíamos a coger moras, descubrir nidos, espigar y correr como posesos tras el aro; la pelota maciza del Gorila y los cromos de las cajas de cerillas eran los compañeros del pilla pilla, el escondite, la goma, la rayuela o el churro, mango, mangotero, mediomango.
            La televisión era nuestra enciclopedia y, aunque parezca raro, hablábamos en persona con los amigos, nos pegábamos y compartíamos secretillos, íbamos todos los niños del pueblo a la misma clase con un maestro recién llegado que tenía siempre cerca una vara delgada pero dañina.
                                                           Continua mañana… jajaja
           

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