miércoles, 10 de octubre de 2018


UN ABUELO RECUERDA SU PUEBLO/2
         La lluvia era esperada en aquellas tierras de secano. Los campesinos mirando al cielo e implorando en procesión con su santo que sus tierras recibieran el agua. Las estaciones caían rutinarias desde el arar, sembrar, esperar, contemplar el verde de la esperanza de sus trigos y cebadas y animar a las espigas a que crecieran y entregaran lo que prometían al salir de la tierra....
                                     Resultado de imagen de fotografia de un niño trillando en la era con vacas
            Llegó el momento de recoger la cosecha, segar de madrugada, recoger las espigas y levantar las morenas esperando el carro y las vacas que transporten su tesoro a la era. Los niños no saben de escuela, llevan el botijo o el puchero a la finca, recogen espigas de los caminos con zarzas y ayudan con sacos, trillos, gallinas y cabras paseadas a que la labor de la casa sea compartida entre todos los habitantes. Es tiempo de recoger los escasos frutos que aquella tierra pobre regala.
            Montar en el trillo, con el palo aguijoneando la pausa de las vacas, es un honor para aquellos niños que admiran y desean llegar algún día a ser labradores como sus padres. Dando vueltas sobre las espigas, con el rostro cubierto por aquel sombrero de paja, se sienten emperadores del mundo y mucho más si regresan montados en el caballo entre los brazos de sus padres. No se prodigaban las caricias en aquellas tierras duras y secas.
            Aquellos niños, olvidados hoy, se han convertido en abuelos, su camino ante los cambios ha sido duro y me temo que la velocidad del mundo acabe con su capacidad para adaptarse a la revolución de televisiones, móviles, drones y millones de mensajes que transforman con rapidez el mundo que les rodea. Vienen de aquel mundo estático que llevaba sobreviviendo centenares de años y contemplan incrédulos como cuantas verdades eternas mamaron acaban siendo condenadas por el progreso.
            Aquellos niños, hoy abuelos, sabían de la obediencia a la zapatilla, de reyes roñosos, de abrazos olvidados y misas y primeras comuniones rituales. En su ignorancia de otros mundos disfrutaban de sus pequeños secretos esperando que el renacuajo llegara a rana o que los huevos del nido descubierto dejaran nuevos pájaros en el cielo. No tenían muchas cosas pero tampoco imaginaban que aquellas tierras pudieran traer regalos como una televisión, un frigorífico lleno de todo o un móvil que pudiera llevarte por el mundo, mucho más allá de su aro y sus tres amigos de juegos.

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