domingo, 6 de enero de 2019


EL CAMPO SECO
Esperando el agua y la primavera.
Antes llamaba el arado, hace muchos años.
La iglesia sin niños en misa de 11…

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            El campo seco, los árboles acurrucados en sus ramas protegiéndose del frío, los dos esperando la primavera. No necesita sombras el sol de enero, su luz recuerda las caricias suaves cuando descansa en tu rostro. El paseo se agiliza, las personas parecen dormir recuperándose del ajetreo de las fiestas u honrando a los pequeños vástagos que desenvuelven con ilusión sus juguetes.
            Anoche fui a ver sus caras, las de los niños, a los reyes ni caso, y vi cómo esos 4, 5 y 6 años tenían los ojos brillantes, poseídos por la magia de los milagros cercanos. Es tiempo de creer en las maravillas, en los imposibles y, también, en que llegarán regalos vengan de donde vengan para colmar sus deseos. Los padres disfrutan más que los niños porque ellos son, como decía en algún pueblo Baltasar, los reyes que hacen posible que esos ojos tengan vida y esta mañana hayan hecho realidad lo que soñaron.  
            El volver del campo solitario, marrón, he encontrado las calles desiertas. Familias corriendo deprisa a recoger los regalos de abuelos o tíos y perros que sacaban de paseo a sus dueños. No había niños luciendo sus regalos en la plaza o compartiendo sus posesiones con los amigos, son cosas del pasado, hasta los patinetes prefieren estar en casa en días tan señalados…
            De repente me he encontrado con un gentío que llenaba una plaza. Salían de misa de 11 y se paraban a charlar delante de la iglesia, mudadas, elegantes, sin prisas. A ojo de buen cubero la media de edad superaba los 80 años y más del 80 % eran mujeres, tampoco estaban los niños a la salida de los rezos. Parece que la creencia en los milagros y en la eternidad va perdiendo terreno en mi ciudad. Es mañana de abuelos tomando el sol, de abuelas saliendo de misa y de familias con el ritual de los regalos… no podemos matar la ilusión de padres, tíos y abuelos de cumplir con el ritual de regalar más de lo que los niños pidieron.
            Anoche la luna iluminaba los ojos de los niños en la cabalgata.


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