jueves, 20 de enero de 2022

 DURMIENDO 

Contemplaba a los 24 alumnos en clase que al sonar el timbre salían a jugar, unos se abrazaban, otros jugaban en las pistas, grupos de 5 hablaban de sus cosas y al salir del cole cada uno a sus obligaciones “voluntarias”: gimnasia rítmica, atletismo, música, deberes, las redes sociales, la bici y qué poco les gustaba echar una mano en las labores domésticas, pero compensaban los cumpleaños, Papa Noel y las vacaciones en la playa... 

 

Al cruzar la calle entraban en manada cientos de estudiantes a su instituto cada mañana, somnolientos a un espacio calentito con 30 alumnos con los que charlar entre clase y clase e intentar que el profe no te sorprenda con un insuficiente o luchando por alcanzar la excelencia. Patios llenos de compañeros/as, miradas cómplices, partidos de baloncesto, encuentros provocados, tiempo de libertad para volver al aula. Horas del día llenas de libertad para salir, compartir, andar en bicicleta o jugar en la tablet porque no les gusta salir, fines de semana de cine o de baile, de excursiones a la montaña y, siempre, vacaciones con nuevas amistades. 

En su sueño ha visto a los mayores levantarse serios, correr al autobús y al metro, trabajar rodeados de personas que como ellos esperan la salida y el sueldo, cansados unos se pasan por el bar y otros acaban en casa, todos esperan el fin de semana para salir con los amigos, cenar fuera, ir al cine o marchar a desfogarse en la montaña. Casi todos se quejan del trabajo y esperan las vacaciones. 

Los abuelos se quejan de tantos nietos en casa, tienen sus viajes del Imserso, comen con los hijos en cumpleaños y fiestas de guardar, pasean respirando aire fresco con gente de su misma edad y contemplan las obras imaginando más vidas en el barrio y comienzan a pensar que una residencia con todas las comodidades no irá mal si las cosas se tuercen. 

Se ha despertado sobresaltado. Un niño se queda en casa por el bicho y dos hermanos van a clase, los adolescentes andan cabreados por lo caros que están los besos con tanta mascarilla y miedo, los mayores soportan el trabajo temiendo el contagio y los abuelos apenas salen y temen las residencias tanto como a la muerte. 

Es tiempo de recordar cada detalle del pasado, que nos han ido robando en estos dos años, y esperar que, superado el corona, podamos volver a disfrutar de tantas cosas que no valorábamos y ahora nos harán sonreír porque las estábamos esperando.  

Llegarán y yo al despertar me prometí no quejarme tanto cuando se recupere la cordura y marchar al Cantábrico con el CAPTUR RENAULT, que no me llevó hace meses porque me lo vendieron averiado, y disfrutar del pulpo, los centollos y las ostras. ¡¡¡Y sin mascarilla!!! 

 

 

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